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Francisco, su fe y su política

Al hablar del papa Francisco, muchas son las voces que se cruzan entre el elogio y la crítica, entre la esperanza de algunos y la decepción de otros, para tratar de entender un fenómeno que no es clasificable en los esquemas ideológicos a los que estamos acostumbrados.

En este artículo nos limitaremos a dar algunas claves del pensamiento del papa Francisco para tratar de comprender con una mirada que abandone los lugares comunes, el elogio o la crítica, y cuente con otras perspectivas que ayuden a entender lo que para algunos puede resultar paradójico o confuso. Para comprender a Bergoglio no he leído mejor obra que la del filósofo italiano Massimo Borghesi, [1] que ayuda a conocer sus lecturas, influencias e itinerario intelectual.

El catolicismo como realidad extraña

En el siglo XIX, con la emergencia de las ideologías políticas, muchos comenzaron a pensar el catolicismo con las mismas categorías que un partido político. Eso ha sido un grave error que oscurece la más elemental comprensión de la fe católica.

Lo que podemos llamar izquierda y derecha (con todos los límites) tiene una historia muy breve, y el cristianismo tiene una historia de dos milenios. La doctrina social de la Iglesia (DSI), al poner a la persona y su dignidad por encima del capital, del Estado o de cualquier estructura o sistema, es imposible de amalgamar con las ideologías políticas. Por eso cuando Juan Pablo II, gran enemigo del comunismo, escribió sobre el capitalismo salvaje y contra los peligros del neoliberalismo, dejó perplejos a muchos que creían ver en él un aliado del capitalismo. Porque es doctrina del catolicismo denunciar lo que provoque injusticias, desigualdades y exclusión de los más pobres y vulnerables, sin importar cual sea el papa.

La doctrina social de la Iglesia, desde León XIII hasta nuestros días, tiene un desarrollo que no ha dejado de interpelar a quienes creían conciliar fácilmente la fe cristiana con su ideología política.

Existen católicos comprometidos en diferentes opciones políticas y en diversidad de partidos. El magisterio de la Iglesia da orientaciones generales acordes a la visión cristiana del hombre y a los valores del Evangelio, pero no consagra ninguna ideología política. Valora el legítimo pluralismo de opciones políticas y recuerda siempre los principios no negociables de la ética cristiana respecto de la defensa del bien común, de la justicia y de la dignidad humana.

Cambio en el estilo, no en la doctrina

Francisco no ha cambiado la doctrina de la Iglesia. Su estilo relajado y espontáneo ha hecho pensar a muchos que estaba cambiando la doctrina, pero no ha sido así. De hecho, ningún papa de turno puede cambiar la doctrina de la Iglesia en las cuestiones fundamentales. No funciona como otras instituciones, donde por voto de mayoría o por imposición de su máxima autoridad se pueden cambiar los contenidos de la fe. Hay una autoridad por encima del papa y es la fe recibida desde el Evangelio y alimentada por una tradición viva.

Un ejemplo conocido de esta confusión es que cuando, ante una pregunta por la homosexualidad, Francisco dijo: «¿Quién soy yo para juzgar?». Eso no es nuevo, porque el Catecismo de la Iglesia Católica (1993) manda no discriminar ni juzgar a las personas por su orientación sexual, y exhorta a acompañarlas en la fe, pero no acepta el matrimonio entre personas del mismo sexo. No hay nada nuevo.

Los que lo califican de progresista no saben qué pensar cuando este papa habla en contra del aborto o de la llamada ideología de género, no para referirse al feminismo sino a algunas teorías sobre la sexualidad humana «que la reducen a una mera construcción sociocultural».

¿Es entonces un conservador que se hace el progresista? ¿Un progresista que se cuida de no escandalizar a los conservadores? Ni una cosa ni la otra. Es católico. Podrá gustar más o menos su estilo, pero la doctrina es católica. Tal vez su falta de precisión y rigor en los pronunciamientos doctrinales, por sus opciones de lenguaje más llano y comprensible, ha creado una creciente confusión dentro y fuera de la Iglesia. Hay quienes esperan de cada opinión suya un decreto doctrinal y ese no es su modo de comunicar.

No sacralizar ningún proyecto político

Francisco es deudor de la misma hermenéutica que hace Ratzinger del pensamiento de San Agustín en cuanto a la Iglesia y la política, en la que ningún proyecto humano es inmaculado, ningún proyecto político puede presentarse como si fuera el cielo en la tierra, porque sacralizar lo político solo creará más frustración o derivas totalitarias.

Al igual que Ratzinger, Bergoglio se opone a las teologías políticas de derechas y de izquierdas, criticando cualquier sacralización del poder político y del statu quo. Es deudor de la teología del pueblo, originada en Argentina (Gera, Scannone, etc.), que no enmarcaba al pueblo en categorías sociológicas ni marxistas, como hacían las teologías de la liberación. La perspectiva de esta teología revalorizaba la religiosidad popular latinoamericana, a diferencia de quienes veían en esta fe sencilla del pueblo una forma de alienación.

Así lo expresa Borghesi: «La teología del pueblo salvaba los valores fundamentales de la teología de la liberación —la opción preferencial por los pobres y la lucha por la justicia—, superando el aspecto violento tomado de la doctrina marxista». Se diferencia de los pontífices anteriores en su visión política más centrada en los movimientos populares que en las instituciones. O por lo menos, eso es lo que ha dado a entender.

Una vida contra la polarización

Su preocupación fue siempre la polarización social y, paradójicamente, le tocó ser el papa en un tiempo de creciente polarización, incluso dentro de la Iglesia. Su vida en una sociedad quebrada, herida y golpeada por la división, le llevó a que sus énfasis sociales y políticos estén marcados por esta dura experiencia y por el anhelo de la fraternidad entre los que, siendo hermanos, viven como enemigos.

Francisco ha desmitificado el papado, volviéndolo más simple y callejero, hablando en un lenguaje más espontáneo, sin que eso signifique que lo que dice en cada entrevista o en una conversación se transforme en doctrina. No todas las cuestiones tienen la misma relevancia para la doctrina católica, ni todas están en el mismo nivel.

Methol Ferré y la patria grande

El filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré ha tenido una innegable influencia en el papa Francisco. [2] Lo que Espeche Gil dice de Methol, podría perfectamente decirse de Francisco: «Siempre consecuente con sus certezas y nunca obsecuente con tendencias de modas intelectuales —con lo políticamente correcto—, ya sea de derecha o de izquierda, y eso se paga por derecha y por izquierda… Trató, y creo que lo logró, de no estar ni un milímetro más a la derecha o a la izquierda del Evangelio, pero con una clara y decidida preferencia por los pobres, sin paternalismos humillantes. En tal caso, se podría deducir erróneamente que el Evangelio está en un aséptico centro, cuando en realidad está por arriba del centro, y por arriba de la derecha y de la izquierda».

Methol tenía la profunda convicción de que América Latina es, ante todo, una comunidad lingüística y de fe, que hace del continente una patria grande. Esta visión, que muchas veces se asocia a la izquierda, es propia del pensamiento de Methol, de la teología del pueblo y, por ello mismo, también de Bergoglio.

Para Methol, el rol histórico de América Latina en lo político como en la fe debe comenzar por la reconstrucción de su unidad, por su integración, que es posibilidad de su desarrollo. En este sueño, la cultura juega un papel fundamental. Por ello, es esencial el diálogo entre fe y cultura, revalorizando la religiosidad popular tan propia de América.

Methol y Bergoglio compartieron el sueño de la patria latinoamericana que revaloriza la tradición popular cristiana y que América Latina ocupe su lugar con su rostro propio en el mundo globalizado. Es coherente con toda una filosofía y teología latinoamericana que, para quien la desconoce, solo puede ubicarlo en las modas políticas del momento.

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