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Una persona que solo construye muros y no puentes no es cristianos

En sus intervenciones a lo largo del pontificado, el Papa Francisco dejó un gran legado, donde subrayó una y otra vez que la respuesta cristiana a la crisis migratoria no puede basarse en el levantamiento de barreras, sino en gestos de encuentro y acogida. Ya en 2016, al criticar los planes de levantar muros para frenar la llegada de migrantes a territorios norteamericanos, afirmó con contundencia que “una persona que solo piensa en construir muros y no en construir puentes no es cristiano”. Con esta frase, el Pontífice puso de manifiesto que el auténtico cristiano no puede quedar atrapado en lógicas de exclusión, sino que está llamado a tender puentes de solidaridad y cercanía.

Esta advertencia histórica cobra ahora renovada relevancia en el contexto de las políticas de deportación denunciadas en su última carta al obispado de Estados Unidos en febrero pasado. “Levantar muros —ya sean físicos, legales o administrativas”— significa edificar obstáculos que niegan la dignidad de los más vulnerables; en cambio, construir puentes —diálogo, programas de integración y leyes que protejan— es la vía propia de la fraternidad evangélica. Como subraya en su misiva: “Con caridad y claridad todos estamos llamados a vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen cada vez más, a evitar muros de ignominia…”

Al rescatar este principio, Francisco recuerda que la fe cristiana no se reduce a rituales o doctrinas, sino que se autentifica en el servicio al hermano necesitado. Por ello, insistió en que toda norma o política pública debe evaluarse primero a la luz de la dignidad humana, y no al revés: solo así podrá edificarse un orden social verdaderamente justo y solidario. En su carta fechada el 11 de febrero de 2025, el Papa Francisco se dirigió a los obispos de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos para expresar su profunda preocupación por las políticas migratorias basadas en la coerción y, en particular, por el programa de deportaciones masivas impulsado por la actual administración estadounidense.

El pontífice describió esta realidad como una “crisis mayor” que exige un juicio crítico de conciencia frente a medidas que asocian la condición irregular de los migrantes con la criminalidad, contraviniendo así los principios de justicia y compasión inherentes al Evangelio

Si bien reconoció el derecho legítimo de todo Estado a protegerse de quienes hayan cometido delitos graves, el Santo Padre enfatizó que:

“El acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por razones de pobreza extrema, inseguridad, explotación, persecución o grave deterioro del medio ambiente, daña la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de particular vulnerabilidad e indefensa.”

Según el fenecido Papa Francisco, este proceder no solo hiere derechos humanos fundamentales, sino que desfigura la noción del bien común, pues “una auténtica regla de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, especialmente los más pobres y marginados”

Frente a narrativas que discriminan y generan sufrimiento innecesario, el prelado hizo un llamado a la solidaridad y la fraternidad:

“No ceder a aquellas narrativas que discriminan y provocan sufrimiento innecesario a nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados… Con caridad y claridad, estamos todos llamados a vivir la solidaridad y fraternidad, a tender puentes que nos acerquen unos a otros, a evitar muros de ignominia.”

En su reflexión teológica, Francisco señala que la dignidad de la persona precede a cualquier cálculo político o económico, recordando que “la verdadera concepción de amor cristiano—el ordo amoris—se descubre al meditar en la parábola del Buen Samaritano: un amor abierto a todos, sin excepción”.

Finalmente, el Papa convoca a “considerar la legitimidad de las normas y políticas públicas a la luz de la dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales, y no al revés”, en un claro llamamiento a que la protección del más vulnerable sea el criterio último de toda legislación migratoria En la República Dominicana, la aplicación de protocolos migratorios en los hospitales ha conducido a la detención y deportación de mujeres haitianas en situación de parto o posparto, bajo un criterio puramente administrativo de “verificación de estatus”. En el primer día de su implementación, inspectores migratorios acudieron a 33 centros hospitalarios y retuvieron a 87 embarazadas y parturientas que no pudieron presentar identificación válida, carta de trabajo o comprobante de domicilio, para luego deportarlas si carecían de la documentación exigida. Esta medida, además de generar un temor creciente que ha reducido en más del 30 % la asistencia de parturientas haitianas a los hospitales traslada a mujeres y recién nacidos de un estado de vulnerabilidad—ya de por sí extremo durante el parto— a la incertidumbre y el riesgo médico, social y jurídico.


Este proceder encarna fielmente en aquello que el Papa Francisco denunció en su carta a los obispos de EE. UU.: “El acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por razones de pobreza extrema, inseguridad, explotación, persecución o grave deterioro del medio ambiente, daña la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de particular vulnerabilidad e indefensa”  Asimismo, el pontífice recordó que “una persona que solo piensa en construir muros, de cualquier naturaleza que sean, y no en construir puentes, no es cristiano” . Al aplicar sanciones severas en un espacio sagrado como el hospital—lugar de cuidado y acogida—el presidente Luis Abinadel Corona, erige un muro que no solo restringe la movilidad, sino que hiere la idea misma de caridad y fraternidad cristiana.


Frente a esta realidad, las enseñanzas de Francisco invitan a replantear la política migratoria dominicana bajo la lógica del “construir puentes”: establecer corredores humanitarios, garantizar atención sanitaria sin condicionamientos injustos y diseñar vías legales de regularización que, lejos de expulsar al migrante en su hora más delicada, le brinden dignidad, protección y esperanza. Solo así se podrá elevar la “verdadera concepción de amor cristiano”, donde el criterio último de toda norma sea el servicio al más vulnerable y no el levantamiento de nuevos muros de exclusión.


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