Desde que apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro, el mundo quedó intrigado con León XIV. Pero lo que nadie imaginaba era que el nuevo papa es, en realidad, el primer papa negro y latino.
Robert Prevost, su nombre de pila, nació en Estados Unidos, y eso ya lo hace único. Pero hay algo aún más poderoso en su historia: sus raíces. Una genealogista de Nueva Orleans, Jari Honora, investigó su árbol familiar y halló que sus abuelos maternos fueron identificados como “negro” y “mulata” en documentos oficiales de 1887. Venían de Luisiana, donde la mezcla de culturas africana, española, francesa e indígena dio origen a los criollos.
“Tenemos un papa negro y latino”, dijo Honora con emoción. Y no solo por su color de piel, sino por su historia. Porque sus ancestros vivieron la dura realidad del racismo en el sur de Estados Unidos, y migraron a Chicago buscando un futuro mejor. Como tantas otras familias afroamericanas, cambiaron sus apellidos, su color en los papeles, incluso su acento, para sobrevivir.
Una herencia de lucha y fe
Los bisabuelos del papa León XIV vivieron en Nueva Orleans desde 1850. Su casa fue demolida en los años 60 para construir una autopista, una de las muchas heridas que dejó el racismo estructural. Sin embargo, su historia no desapareció.
La elección de León XIV ha despertado esperanza en millones. Para muchos católicos negros y latinos, su presencia en el Vaticano no solo es simbólica. Es una puerta abierta. Es una voz nueva en una Iglesia que busca ser más inclusiva.
“El papa lleva en sus huesos la historia de quienes tuvieron que ocultar su verdad para poder vivir”, reflexiona Honora. Por eso, su llegada al papado es más que histórica. Es humana.
Y para muchos, es divina.
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