La madrugada del 24 de mayo de 1932, los hermanos Faustino y Andrés Perozo, junto con un grupo de valientes conspiradores, se encontraban en San José de las Matas. Su objetivo: eliminar al dictador Rafael Leónidas Trujillo, cuya tiranía mantenía a la República Dominicana en un estado de constante temor y opresión. Entre los conspiradores se encontraban figuras clave como Virgilio Mainardi Reyna y Lorenzo Álvarez Perelló, conocido como «Puchulo».
El plan, cuidadosamente elaborado, tenía un único fallo fatal: la llegada retrasada de Trujillo, que sumada a una posible delación, terminó por desbaratar sus esfuerzos. En la Era de Trujillo, las traiciones eran moneda corriente, y parece que alguien había informado al régimen de los movimientos de los Perozo y su grupo.
El primer enfrentamiento tuvo lugar en un sitio conocido como Jaramillo. Los soldados del gobierno, informados y preparados, rodearon a los conspiradores. Sin embargo, la fortuna les sonrió momentáneamente: lograron escabullirse y huir hacia el monte. Pero la suerte no siempre es duradera. Poco después, en Corralito, sección de Carrizal situada a 25 kilómetros al sur de San José de las Matas, los conspiradores fueron nuevamente interceptados. Esta vez, no hubo escapatoria. En el violento enfrentamiento, Faustino y Andrés Perozo perdieron la vida.
A pesar de la tragedia, siete compañeros lograron sobrevivir al segundo encuentro. Entre ellos, Virgilio Mainardi Reyna y Puchulo, quienes, separándose del grupo principal, consiguieron huir hacia las estribaciones de la Cordillera Central. Pero la persecución no cesó. Cientos de guardias peinaron la zona, buscando incansablemente a los fugitivos. Los campesinos locales, aterrorizados, fueron apresados y muchos fusilados por no haber reportado la presencia de los conspiradores, una muestra más de la brutalidad del régimen.
Virgilio Mainardi Reyna, en sus memorias años más tarde, relató cómo Puchulo logró llegar a la frontera y cruzar hacia Haití, salvando así su vida. Mainardi Reyna, por su parte, tuvo que esconderse durante dos largos meses, cambiando de refugio gracias a la ayuda de parientes y amigos leales. Finalmente, su padre, Rafael Mainardi, consiguió un salvoconducto del propio Trujillo, permitiéndole escapar a Puerto Rico.
El eco de la tragedia llegó hasta la ciudad de Santiago, donde la distinguida educadora Ercilia Pepín, directora de la Escuela México, decidió honrar a los caídos mandando a colocar la bandera del liceo a media asta. Esta bandera, irónicamente, había sido un regalo de Trujillo. El profesor de Moral y Cívica, Sergio Hernández, encargado de elevar la bandera, se negó por miedo a las represalias. En un acto de protesta y desdén, Ercilia Pepín, quitándose la falda frente a una multitud, la envió a Hernández con una nota que leía: «Póngasela, pues no merece usar pantalones si no tiene el valor de honrar a los patriotas caídos».
Avergonzado y deshonrado, Sergio Hernández se quitó la vida. La bandera, finalmente, fue izada a media asta. Sin embargo, este acto de desafío no pasó desapercibido para Trujillo. Aunque tenía una admiración por Ercilia Pepín, su desobediencia no podía ser tolerada en su régimen. Así, ordenó su destitución como directora del plantel.
La historia de los hermanos Perozo y sus compañeros es un testimonio del valor y la tragedia en tiempos de dictadura. La resistencia contra la tiranía, aunque frecuentemente sofocada con sangre, dejó huellas indelebles en la memoria de un pueblo que nunca dejó de luchar por su libertad.
Con información de Diario Libre
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