Rafael Devers no se guardó nada. El toletero dominicano de los Red Sox volvió a demostrar que su voz pesa en el camerino y fuera de él. Con firmeza y frustración, Devers rechaza cambio de posición y lanza dardos directos hacia la gerencia del equipo.
La gota que rebosó la copa fue una llamada del director de béisbol, Craig Breslow, quien le pidió que asumiera la primera base tras la lesión de Triston Casas. Devers, designado casi a tiempo completo este año, lo tomó como una falta de respeto. “Me dijeron que guardara el guante, que sería solo bateador designado. Y ahora vienen con esto”, dijo con evidente molestia.
No solo fue un no rotundo, fue un “no lo creo, ya me pidieron cambiar una vez, no seré tan flexible otra vez”. Su respuesta no es capricho. Para él, hay una ruptura de palabra, un intento de improvisación, y eso lo hace sentir traicionado por la directiva.
“No entiendo qué tiene conmigo”
Las declaraciones de Devers no se limitaron a rechazar el movimiento. El antesalista de Samaná fue directo al corazón de la polémica. “No sé qué tiene conmigo el gerente general. Me pusieron en esta situación y ahora quieren que me adapte como si nada”, afirmó al ser cuestionado por los medios.
Con 27 años, dos Bates de Plata y un contrato de más de 300 millones de dólares, Devers siente que se ha ganado el derecho a ser escuchado. Y no está dispuesto a cambiar de nuevo su rol, menos por una decisión que, según él, debía resolverse en la oficina, no en el terreno.
Aunque asegura que la relación con sus compañeros es excelente, dejó claro que su negativa no cambiará. “Aquí en el vestuario está todo bien. Pero en la gerencia… hay decisiones que no entiendo”.
Mientras tanto, Romy González y Abraham Toro se encargan de la primera base. Devers batea para .255 con seis cuadrangulares y lidera la Liga Americana en bases por bolas. Su producción sigue allí. Pero la tensión con Breslow no parece que se disipará pronto.
El mensaje es claro: Devers está dispuesto a aportar, pero no a ceder en lo que considera su espacio ganado. En Boston, la pelota sigue rodando… pero la incomodidad también.
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