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El 8 de abril: El día en que República Dominicana lloró unida

Por Jen Sánchez

Jen Sánchez
Jen Sánchez

No sé cómo llamarle a esto que estoy sintiendo hoy. Es una mezcla abrumadora de emociones que me atraviesan el alma: tristeza, impotencia, rabia, desconcierto… una sensación de vacío que no logro sacudirme desde que ocurrió la terrible tragedia en el Jet Set.

Como muchos dominicanos, aún intento procesarlo. Nos duele. Nos rompe. Nos deja sin palabras. Este dolor no distingue edad, rostro ni apellido. Es un dolor que nos une a todos, porque lo que se perdió no fue solo una estructura: fueron vidas, sueños, familias enteras destrozadas en un abrir y cerrar de ojos.

Quiero expresar mi más profundo y sentido pésame a todas las familias que hoy lloran una pérdida irreparable. Mi corazón está con ustedes. Me aferro a la esperanza por quienes aún esperan ser encontrados con vida bajo los escombros, y agradezco a Dios por los que han sido rescatados con vida y ya están en su casa.

El 8 de abril quedará grabado en nuestra historia como uno de los días más oscuros y dolorosos que ha vivido la República Dominicana.

Me conmueve especialmente pensar en los tantos niños y adolescentes que, de un momento a otro, han quedado huérfanos. Algunos de uno de sus padres. Otros, tristemente, de ambos. Sus vidas han cambiado para siempre. El vacío que deja un padre o una madre es inmenso, pero aún más profundo es el dolor de crecer con esa ausencia marcada por la tragedia. Que no les falte nunca el amor, el acompañamiento ni la solidaridad de este país que hoy, más que nunca, necesita volverse una gran familia.

Y es aquí donde quiero hacer una pausa para levantar la voz en honor a quienes han estado en la primera línea desde el primer momento: nuestros rescatistas. Hombres y mujeres valientes que han trabajado incansablemente, con el corazón en la mano y el alma entregada. Bajo el sol, la lluvia, entre polvo y escombros, han dado todo de sí por salvar una vida más, por consolar a una familia más, por dar respuestas en medio del caos. Son héroes, verdaderos héroes, y el país entero les debe gratitud eterna. Que Dios les fortalezca y les recompense por cada esfuerzo, por cada lágrima contenida, por cada abrazo que han dado sin decir una palabra.

Esta tragedia nos ha sacudido a todos, pero también nos ha mostrado lo mejor del ser humano: la solidaridad, la compasión, la entrega sin condiciones. En medio del dolor, Dios nos está haciendo un llamado a orar, a mirar al cielo con humildad a dejar de lado lo superficial y volver al centro, al amor, a la fe, a la unidad.

El 8 de abril quedará grabado en nuestra historia como uno de los días más oscuros y dolorosos que ha vivido la República Dominicana. Ese día, nuestra bandera se vistió de luto. Ese día, lloramos todos. Pero también puede ser el día en que empezamos a reconstruirnos con más humanidad, más empatía y más conciencia de lo frágil y valiosa que es la vida.

Hoy somos un país herido, pero también somos un país que ama, que lucha, que no se rinde y juntos, lo superaremos.


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