Rafael A. Escotto
La prudencia y la ecuanimidad han sido valores que han estado siempre presentes en las decisiones de trascendencia política a nivel internacional por el Departamento de Estado. El hecho de solicitar al gobierno de Nicolás Maduro Moros y a la oposición venezolana que negocien una transición democrática no solamente es una medida sabia, además es saludable para una convivencia pacífica dentro de la propia sociedad venezolana y en la región.
Igualmente, adelantar el concepto en el sentido de que «todavía no estamos en ese punto de reconocer a Edmundo González Urrutia como vencedor de las elecciones recientes en Venezuela» es ser, desde un punto de vista político y de las relaciones exteriores cautelosas y moderadas. Tenemos que aplaudir esta decisión del Departamento de Estado de Estados Unidos en la persona de su vocero Matthew Miller, puesto a que con ella se busca aliviar las tensiones y evitar enfrentamientos innecesarios en favor de la paz.
Una decisión de esta naturaleza política tomada a la ligera, aparte de no ser aconsejable, sería no reflexionar con sensatez. Hay que saber que en la sociedad económica y política venezolana interactúan distintos intereses supranacionales y locales los cuales requieren ser consultados y tomados en cuenta antes de proceder a una medida que podría no ser políticamente conveniente por el momento.
Una forma de gobierno con un pronunciado acento autocrático que haya permanecido en el poder alrededor de veinticinco años consecutivos, como el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), habría de esperar que todo ese tiempo en el poder pueda generar resentimientos, hastíos y disgustos en amplios segmentos de la población. Por tanto, llamar a una victoria electoral de la oposición apresuradamente, sin evaluar una determinada opción en medio de tantos intereses y variables, no debe hacerse rutinariamente; es necesario elegir una estrategia de intervención como atinadamente ha sugerido Matthew Miller.
Consideramos una medida correcta del Departamento de Estado norteamericano utilizar la intervención de sus socios políticos en la región, en especial Brasil, México y Colombia, para, como subrayó el propio Miller, portavoz del Departamento de Estado, «encontrar un camino a seguir». Diríamos nosotros, para ser justo, obedeciendo a principios. Sin embargo, la posición del Departamento de Estado frente a la situación electoral venezolana no significa, de ninguna manera, que se esté actuando con debilidad o que se esté andando con paños tibios frente al chavismo ni con preferencia extemporánea a favor de la oposición, porque este caso debe ser manejado con escrupulosidad.
Una posible elección de un candidato opositor bajo la presidencia de Edmundo González Urrutia, un hombre que luce veleidoso e inseguro, no garantiza el equilibrio de las ideas democráticas en Venezuela. ¿Por qué me expreso de esta manera de González Urrutia? Porque el liderato de la oposición no reposa en él sino en María Corina Machado, una mujer de un carácter un tanto cerril, difícil de ensillar si se sintiera con poder.
Creo que la oposición contra el chavismo debe ser analizada fríamente por las partes que están negociando una transición en Venezuela para lograr una decisión política racional y sin sorpresa.
Percibimos que González Urrutia pudiera ejercer una presidencia como una marioneta de María Corina Machado, como se dice por los planos bajos de la sociedad venezolana que Nicolás Maduro es una marioneta de Diosdado Cabello y de ciertos sectores de las fuerzas armadas venezolanas, vorazmente enriquecidas a la sombra de un Estado venezolano gobernado por el chavismo desde 1999.
Entonces, es correcta la presunción del Departamento de Estado, en el sentido de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) actuó sospechosamente al proclamar la victoria del presidente Nicolás Maduro en las elecciones del 28 de julio «sin aportar evidencia alguna al publicar de una vez las actas de votación con los resultados». Ese apresuramiento podría dar lugar a la duda y crear la confusión sobre si fue el chavismo o, por el contrario, la oposición quien ganó las elecciones en Venezuela.
Es posible que el CNE, al notar a principios de las elecciones un comportamiento creciente de las votaciones a favor de la oposición, recibiera presión del Palacio de Miraflores y de la comandancia de las fuerzas armadas de Venezuela, de lo cual no estamos seguros.
Por otro lado, es posible que tanto el Departamento de Estado y los países involucrados en negociar una posible transición estén tratando de encontrar una salida a la crisis política en Venezuela. Mientras tanto, el Tribunal Superior de Justicia de Venezuela ha citado oficiosamente a los partidos de oposición que participaron en las elecciones del 28 de julio, incluyendo al partido de gobierno, el PSUV, para que presenten las evidencias que pudieran poseer del certamen para así poder aclarar o dirimir la cuestión de si hubo verdaderamente fraude o no y decidir a favor de la verdad sin preferencia en favor de ninguno de los partidos del sistema o de candidato alguno.
Desafortunadamente, ni el señor Edmundo González Urrutia ni María Corina Machado se presentaron ante el tribunal para mostrar las pruebas que supuestamente les favorecen y las cuales dicen tener en favor suyo. Como es natural, su ausencia crea recelo en la población y este defecto de la oposición aumenta la indecisión en cuanto a los resultados.
Al parecer, en estas elecciones no hay posibilidad de espacio para ninguna de las partes jugar a la gallinita ciega, puesto a que ni el Departamento de Estado norteamericano ni los países a cargo de quienes ha recaído la negociación de una transición lo permitirían.
Fuente: La Información
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