Gregorio Luperón es recordado como el líder indiscutible de la Guerra de la Restauración, pero su visión de país fue mucho más profunda. No solo recuperó la soberanía nacional tras la anexión a España, sino que también luchó por una República cimentada en la educación, la democracia y el respeto a las instituciones.
Durante su gobierno provisional en 1879, desde Puerto Plata, promovió el libre pensamiento, apoyó la educación laica y garantizó la libertad de prensa. Su gestión abrió espacio al intelectual puertorriqueño Eugenio María de Hostos, con quien compartía el sueño de una ciudadanía ilustrada. Hostos encontró en Luperón un aliado clave para transformar la educación dominicana en una herramienta de emancipación.
A diferencia de muchos líderes de su tiempo, Luperón no usó el poder para imponerse, sino para fortalecer las instituciones. Rechazó el caudillismo, defendió el derecho del pueblo a elegir y, cuando fue necesario, renunció voluntariamente a la presidencia para dar paso a la democracia.
Su compromiso con la patria fue total: combatió la opresión extranjera y también la tiranía interna. Murió en 1897 con el respeto de su pueblo y el reconocimiento como una de las figuras más íntegras de la historia dominicana.
Hoy, el legado de Luperón no solo vive en monumentos y calles, sino en los valores que defendió: soberanía, justicia, educación y libertad.
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