Desde sus primeras temporadas, el béisbol ha tenido un enemigo silencioso que amenaza su esencia: las apuestas en el béisbol. No es un mal nuevo, sino una sombra que ha acompañado al deporte desde el siglo XIX, resurgiendo cada cierto tiempo con distinto rostro, pero con la misma intención: corromper el juego.
Un mal con historia
El primer gran escándalo de apuestas en el béisbol profesional ocurrió en 1877. Los Louisville Grays, líderes cómodos de la Liga Nacional, comenzaron a perder de forma inexplicable. Poco después, se descubrió que varios jugadores estaban en contacto con apostadores.
El dueño del equipo, Charles Chase, confrontó a sus hombres y exigió transparencia. Tres de ellos —Jim Devlin, George Hall y Al Nichols— admitieron haber manipulado partidos. Otro, Bill Craver, se negó a mostrar sus telegramas. Los cuatro fueron expulsados de por vida del béisbol. Así nació la primera gran mancha del deporte estadounidense.
La lección dominicana
Décadas después, ese mismo mal llegó a distintas ligas, incluida la LIDOM, que ha debido actuar con firmeza. En República Dominicana, las apuestas en el béisbol también intentaron cruzar la línea, pero la liga, bajo el liderazgo del doctor Leonardo Matos Berrido, cortó de raíz cualquier intento. Su manejo recordó al del legendario juez Kenesaw Mountain Landis, quien en 1921 salvó la reputación de las Grandes Ligas tras el escándalo de los Black Sox.
Hoy, con la expansión de las apuestas deportivas en todo el mundo, el riesgo se multiplica. Las plataformas digitales han abierto un nuevo frente, y los organismos del béisbol se mantienen vigilantes para proteger la integridad del juego.
El béisbol, más que un deporte, es una herencia cultural. Pero cada vez que el dinero entra en el diamante con malas intenciones, la confianza del público se tambalea.
Con Información de Diario Libre
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