La muerte de Marcelo Bermúdez enluta al país

Rafael A. Escotto

“El último combatiente”. Cuando se escriba una novela con este título, estaríamos hablando de un clásico de la literatura en habla hispana que nos transportará a la época en que se combatió con ardor por la liberación del pueblo dominicano del régimen de Trujillo.

Quien escriba esta historia tendrá que sumergirse en una odisea llena de riesgos, peligros y emociones, con la tenebrosa dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina como telón de fondo y personajes inmortales que invitarán a reflexionar sobre la lealtad y el martirio.

El relato será espeluznante, con varios personajes que se destacan en la lucha por la libertad junto al recio protagonista, Marcelo Felipe Bermúdez Estrella. La historia debe comenzar con un grupo de personas valientes, dispuestas a morir, que se unen para enfrentar con una determinación casi invencible al dictador Trujillo y a sus esbirros. Tendrán que afrontar numerosos peligros, como la tenaz persecución, la prisión en cárceles inmundas y las crueles torturas psicológicas y físicas.

No es el objeto de este trabajo escribir la importante obra que proponemos sobre este ser humano, que representaría una aportación cultural valiosísima para el presente y la posteridad de esta nación.

De lo que se trata en esta des­consoladora ocasión —aunque los titanes nunca mueren para los pue­blos agradecidos— es de la muerte de uno de los hombres más ague-­ ­­r­ridos que personificaron la lucha armada e ideológica más firme, orien­tada a destronar un poder que se volvió abominable, personificado por uno de los tiranos más sanguinarios que ha tenido el Caribe y, particularmente, la República Dominicana, en todas las épocas de su historia.

Marcelo Felipe fue, en vida, una de esas espadas apoteósicas con las que la patria siempre contó para liberarse de los agravios de la dictadura. Este superhombre dominicano siempre estuvo preparado y listo para sostener con fiereza la empuñadura de su sable, ya fuera en la manigua o bajo el brillante sol de las ciudades, ofrendando su vida para hacer valer sus ideales inmarcesibles, que siempre fueron los de enfrentar los propósitos oprobiosos del totalitarismo dondequiera que este osara implantar su semilla afrentosa y llena de malignidades.

Para este patriota no hay mausoleo que resista su bravura y su heroísmo, que mostró en vida con una actitud callada y un silencio que impresionaba la despótica figura del propio Trujillo; siempre blandió su espada procera con la firmeza y el liderazgo de un Espartaco conduciendo rebeliones.

Cada vez que su influyente figura caminaba por las calles del país, sobre todo en Santiago de los Caballeros, la gente inclinaba la cabeza como signo de respeto, agradeci­miento y veneración. Marcelo, como artista, dejó al país su impronta que lo inmortaliza, no solo por su valor estético, sino también por lo que transmite a nivel social. Su monumental obra artística nos permite explorar y comprender mejor nuestra cultura e historia a través de dife­rentes épocas.

Cuando el pueblo vio pasar por el frente de sus casas el féretro con los restos mortales del protagonista de tantas batallas políticas e ideo­lógicas, los hombres se quitaban el sombrero y las mujeres hacían la señal de la cruz, significando un símbolo de fe profunda y recorda­ción. A la vez, se les oyó decir en voz baja: “Ahí va un hombre de las inmensidades gloriosas de la patria, desde donde pocos han ido a ofrecerse en sacrificio”.

Paz a sus restos.