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La educación en reversa: otro año escolar marcado por la improvisación

Cuando lo urgente le gana a lo importante

En un país donde se habla tanto de educación, duele ver cómo cada inicio de año escolar se parece más a una carrera contra el reloj que a una planificación responsable. Aulas a medio construir, pupitres que nunca llegaron, maestros sin nombrar, escuelas sin agua ni luz. Esa es la realidad que se repite como un eco cada agosto en muchas comunidades del país.

Y mientras tanto, las familias —sobre todo las más humildes— cargan con la angustia de tener que enviar a sus hijos a escuelas que no están listas, o peor, que quizás ni siquiera abran sus puertas. Hay niños que caminan largas distancias solo para llegar a un plantel sin maestros o donde no hay dónde sentarse. Hay madres que hacen milagros para comprar útiles, solo para enterarse de que las clases aún no arrancan formalmente.

Esto no es nuevo. Es un ciclo de abandono y desidia que se ha normalizado. Una especie de resignación colectiva que acepta que la educación pública, la que debería ser nuestro mayor orgullo, se improvisa año tras año.

El nuevo ministro y la promesa de lo posible

Luis Miguel De Camps, nuevo ministro de Educación, ha asumido el cargo con el peso de esa herencia. Pero también con una promesa clara: que este año escolar será diferente, que todo estará listo, que no habrá más excusas.

La promesa suena bien. Pero la historia nos obliga a mirar con cautela. Porque no se trata solo de abrir las escuelas, sino de garantizar que funcionen, que enseñen, que transformen.

El verdadero desafío está en cambiar la lógica de emergencia por una lógica de futuro. Y eso empieza por entender que los déficits escolares no son solo números fríos: son oportunidades que se pierden, sueños que se postergan, generaciones que se quedan atrás.

¿Hasta cuándo?

No podemos seguir esperando que algo cambie si seguimos haciendo lo mismo. La educación no puede seguir en reversa mientras otros países avanzan. Necesitamos planificación real, inversión sostenida y una voluntad política que piense más allá del próximo discurso.

Mientras tanto, las comunidades siguen esperando. Y los estudiantes, que no votan ni marchan, son los que más pierden.

Este año escolar no puede ser solo otro capítulo de lo mismo.

Tiene que ser el principio de un cambio real.


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