Por Felidonio Rodríguez G.
En la historia de la República Dominicana, hay heridas que aún no han sanado. Una de las más profundas fue la mutilación de las libertades públicas durante los 31 años de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien convirtió la prensa en un simple altavoz de su egolatría, y a la libertad de expresión en un delito capital. Quien osaba escribir una crítica, imprimir una verdad o simplemente opinar fuera de los parámetros del régimen, se arriesgaba a la cárcel, al exilio… o a la muerte.
Hoy, casi un siglo después del inicio de aquel régimen de terror, las señales de alerta vuelven a parpadear. Con el proyecto de Ley Mordaza impulsado por el gobierno del presidente Luis Abinader, la democracia dominicana camina peligrosamente sobre el filo de una navaja.
Este intento de legislación no es una simple propuesta legal. Es un atentado premeditado contra los cimientos de la libertad de prensa, la libertad de expresión y el derecho ciudadano a fiscalizar a sus gobernantes. Es, en esencia, una forma elegante y digitalmente sofisticada de censura, disfrazada de “regulación”.
LA VOZ QUE NO PUEDE CALLARSE
Hace apenas unos días, el reconocido periodista estadounidense Scott Pelley, en un encendido discurso en la Universidad de Wake Forest, advirtió:
“Nuestro sagrado Estado de Derecho está siendo atacado. El periodismo está siendo atacado. Las universidades están siendo atacadas. La libertad de expresión está siendo atacada. ¿Por qué? Porque al poder le funciona la ignorancia”.
Y en esa frase se encapsula el peligro que hoy nos acecha: un poder que quiere que los ciudadanos sean ciegos, sordos y mudos ante sus errores, abusos y desatinos.
Hoy, en la República Dominicana, el poder busca volver a etiquetar la crítica como difamación, la opinión como crimen, y la verdad como “desinformación”. El que alce su voz para denunciar el hambre, la corrupción, la inseguridad o la negligencia estatal, será objeto de persecución judicial. Este es el mismo libreto que usó Trujillo, y que han copiado decenas de tiranos a lo largo de la historia.
DEL PASADO AL PRESENTE: LA SANGRE DE LAS HERMANAS MIRABAL
Recordemos que durante la Era de Trujillo, la censura no solo silenciaba, sino que también asesinaba. El ejemplo más desgarrador es el de las Hermanas Mirabal, asesinadas vilmente el 25 de noviembre de 1960 por orden directa del régimen, por el “delito” de pensar diferente y organizarse políticamente.
Trujillo no permitía que se publicaran noticias sin su aprobación. Los periódicos eran editados por funcionarios de su gobierno. Las emisoras y los locutores que se desviaban del guion eran cerrados o desaparecidos. Hoy, se pretende controlar lo que se dice en las redes sociales con sanciones penales, multas millonarias y el temor como principal herramienta de control. ¿No estamos acaso caminando por el mismo sendero?
CUANDO HABLAR ES UN ACTO DE RESISTENCIA
Este proyecto de ley pretende domesticar el pensamiento, clausurar el debate público y castigar la disidencia. Y eso, en una democracia, es inaceptable.
Como dijo el Periódista de CBS, Scott Pelley:
“El poder puede reescribir la historia. Con narrativas grotescas y falsas, pueden convertir a los héroes en criminales y a los criminales en héroes”.
Eso intentan hacer quienes hoy desde el gobierno promueven esta legislación. Buscan que olvidemos cómo llegamos hasta aquí. Buscan que el miedo nos encierre, que la autocensura nos asfixie, y que la indignación colectiva se convierta en susurros digitales, bajo amenaza de castigo.
Pero el periodismo no nació para complacer. Nació para incomodar. La libertad de expresión no es un privilegio del poder, es un derecho del pueblo. Y las redes sociales, aunque desordenadas, ruidosas y muchas veces caóticas, siguen siendo el único medio donde el ciudadano común puede opinar sin pedir permiso.
LA HORA DE DECIDIR
Esta no es una advertencia simbólica. Es un llamado urgente. Si permitimos que esta Ley Mordaza se imponga, mañana será delito denunciar el hambre. Pasado mañana, será crimen cuestionar al presidente. Y un día no muy lejano, recordaremos esta advertencia y lamentaremos no haber hablado a tiempo.
La libertad se defiende ejerciéndola. Y hoy más que nunca, debemos ejercerla con fuerza, sin miedo y con conciencia histórica.
Porque cuando el poder comienza a temer la verdad, es porque la verdad se está acercando peligrosamente a su puerta.
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