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Jánico

Adiós a un antiguo compañero de armas

Al fin y al cabo, la muerte a todos nos somete a la obediencia. De ese estatuto riguroso nadie está exonerado y acaba de cumplirse en el caso del compañero Gilín, Gil Alberto Pérez Méndez, por su nombre propio.

Natural del sureño municipio de Enriquillo, soldado del alzamiento guerrillero del 28 de noviembre de 1963, con el cual el Movimiento Revolucionario Catorce de Junio respondió al golpe de Estado militar que el 25 de septiembre precedente había depuesto el gobierno constitucional del profesor Juan Bosch.

En esa jornada memorable, Gilín formó parte del frente Francisco del Rosario Sánchez, que operó en las lomas de Los Lindos, jurisdicción del precitado municipio.

Era el guía del destacamento guerrillero. El 3 de diciembre, las tropas regulares atacaron y además de matar al joven Andrés Mota Galarza –Chacún–, hicieron varios prisioneros, días después Gilín cayó en manos de sus perseguidores, pasó un año preso en La Victoria y después de su excarcelación, se desvinculó de la militancia partidaria organizada. Pero se mantuvo en franca lealtad a sus ideales y en buenos términos con sus antiguos compañeros de armas.

Hombre modesto y apacible, sereno, de poco hablar, era muy grato estar en su compañía. Vivió de su trabajo, sin andar sacando a relucir su antigua condición de guerrillero constitucionalista, vivía la vejez digna propia del ser humano de conciencia limpia. A veces se nos perdía de vista y había que hacer esfuerzo para topar con él.

En noviembre pasado, a propósito del sesenta y un aniversario del alzamiento, Teresa Espaillat se encargó de localizarlo y lo logró.

Ya con 86 años a cuestas, estaba recogido en la quietud honorable de su hogar y su familia. Así, en medio de la discreción en que discurrió su vida, le llegó la muerte el pasado lunes 13 del cursante enero.

Era uno de los tres sobrevivientes del frente sur y de los 25 que quedan, del total de ciento treinta participantes del movimiento armado, encabezado por Manolo Tavárez.

No se puede permitir que Gilín se vaya sin que, al menos en unas líneas, sus antiguos compañeros le rindamos tributo a su vida y su memoria; y sin decirle a su pueblo que acaba de morir uno de esos combatientes silenciosos y anónimos, cuyo nombre debe permanecer en la memoria de la actual y las próximas generaciones.


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